miércoles, 30 de junio de 2021
martes, 29 de junio de 2021
lunes, 28 de junio de 2021
martes, 22 de junio de 2021
Noticias - BNCJM - Programa Nacional por la Lectura. Reseña. Guillermo, ratón de biblioteca de Asun Balzola
El 22 de junio de 1862 fallece en La Habana, a los 61 años,
el ilustre educador y pedagogo cubano
José de la Luz y Caballero, quien había sido dirigente de la corriente reformista en la primera mitad
del siglo XIX y dejó una vasta obra:
había formulado, entre otros, este pensamiento:
“Instruir puede
cualquiera, educar sólo el que sea un evangelio vivo”.
Fundó el colegio “El Salvador”, forja de discípulos que devinieron en grandes patriotas. Había
nacido en la propia ciudad el 11 de
julio de 1800.
Escribió artículos en las publicaciones de su época, libros
de texto, realizó traducciones, y compuso discursos. Su obra más sorprendente
fue “Aforismos” notas breves que fue escribiendo durante su vida, datos y
observaciones relacionados con todo lo que le llamaba la atención, Pensamientos
religiosos, patrióticos, científicos y humanos.
jueves, 17 de junio de 2021
lunes, 14 de junio de 2021
viernes, 11 de junio de 2021
lunes, 7 de junio de 2021
#DíaDelBibliotecarioCubano
Compartimos este bello texto de Víctor Fowler , en ocasión de celebrarse hoy el #DíaDelBibliotecarioCubano
PARA MIS VIEJOS COLEGAS
Cuando empecé a
trabajar en la Biblioteca Nacional José Martí (estoy casi seguro de que fue en
enero de 1989), lo viví como la realización de un viejo sueño (¡pasar el día
rodeado de libros!), a la vez que un enorme privilegio. En el ámbito íntimo, la
biblioteca significaba regresar hasta aquellos días de infancia cuando -llevado
por mi padre - visitaba la Sala Juvenil; una experiencia de la que guardaba recuerdos
tan claros que recordaba a la perfección el título uno de los libros que
entonces leí y que más me impresionó: Las fieras de Kumaón, título que,
años después, sería publicado por la Editorial Gente Nueva.
No he utilizado
de forma gratuita la palabra “privilegio”. Comencé a trabajar en el
Departamento de Información para la Cultura y las Artes que, por aquellos años,
era un lugar único dentro del universo de las instituciones de información del
país; de allí pasé al Departamento Metodológico (en el cual era el de menos
edad y el más consentido por mis superiores) y terminé en lo que, desde
siempre, estaba concebido como mi ubicación definitiva: el cargo de “especialista”
dentro del Programa Nacional para el Desarrollo de la Lectura o Programa Nacional
de la Lectura (PNL), como le llamábamos.
Nunca voy a
poder terminar de agradecer, a todos mis antiguos compañeros, todo cuanto
aprendí de ellos en los años que compartimos en la institución; desde los
trabajadores encargados de entregar y organizar los libros en los diferentes
pisos que contienen los fondos de la biblioteca, hasta los más relevantes
investigadores y especialistas. Todos tenían algo que enseñar(me). Mientras más
intercambiábamos, más vida cobraba la institución, más visibles se hacían los vínculos
entre las diferentes áreas, más evidentes las potencialidades que todavía podían
ser explotadas de mayor grado, más lógico el conjunto. Puedo decir, apelando a
la imaginación, que la biblioteca respiraba dentro de las paredes que la
delimitaban, pero también que había tanto conocimiento allí que se desbordaba y
derramaba hacia la comunidad y el mundo. Los estantes no sólo recibían obras
del mundo entero, sino que los bibliotecarios las procesaban, conectaban, elegían
y llevaban consigo hasta escuelas, centros laborales, hospitales, prisiones,
zonas intrincadas en la montaña e incluso zonas de pesca.
Esta épica
extraordinaria, el esfuerzo y entrega de los bibliotecarios cubanos para
realizar ese “trabajo de extensión” -gracias al cual el libro abandona el
espacio de la institución y la garantía de los lectores que van hasta el lugar-
que es una de esas tantas hazañas que -por ser tan cotidianas- parecen
naturales o normales. Allí aprendí a respetar, admirar y querer a quienes eran
entonces figuras míticas en la promoción de la lectura dentro del sistema de
bibliotecas públicas; mis jefas, Sarah Escobar y Luisa Pedroso, Orlando Díaz
Lorenzo en Matanzas, José Díaz Roque en Cienfuegos, Rebeca en Bayamo, Montoya, “Puppi”
en Pinar del Río, Marta Wong en la antigua provincia Habana, Emilio Setién como
gran organizador. Los escuchaba, los oía contar, aprendí a entrelazar pasado y
presente, ciudades y espacios rurales, institución y comunidad.
Durante los años
en los que trabajé en la Biblioteca Nacional me tocó hacer el diseño de una
investigación nacional sobre hábitos de lectura (para ser aplicada en toda la
red de bibliotecas públicas en el país), de un diplomado sobre promoción de la
lectura y escribí una suerte de manual que ahora mismo reviso y actualizo para
publicarlo. Más allá de lecturas o presentaciones de libros, organicé como
promotor ciclos de conferencias sobre arte y encuentros con científicos,
exposiciones de artes plásticas o conciertos de trovadores y muchos otros tipos
de “actividades” porque promover la
lectura se traducía en llevar hasta los públicos lo mejor de la cultura y
estimularlos, desde ese momento de alegría, a adentrarse en el mundo del libro.
Pero nada fue tan especial como el pasar par de semanas en un campamento,
movilizado para labores agrícolas, en compañía de dos colegas bibliotecarias
(Martha Wong y Mabel, cuyo apellido olvidé); aunque se suponía que estábamos
allí para hacer, en las noches, “actividades” de promoción de la lectura (como
parte de la “recreación” de los que sí trabajaban la tierra) al conocer cuáles
serían nuestras condiciones sentimos tanta vergüenza que insistimos en ir al
campo, cumplir “la norma” y sólo entonces convocar, hablar de libros,
presentarlos, leer poemas.
Además de que
recuerdo todo lo anterior con cariño enorme, en esa Biblioteca Nacional conocí
a la que aún es mi esposa (madre de dos de mis hijos) y que hasta hoy ha
permanecido en la profesión. Esto quiere decir que las conversaciones sobre
temas bibliotecarios en casa han sido parte de las dinámicas cotidianas durante
más de treinta años. Lo mismo cuestiones de intrincada especialización que
disquisiciones sobre impactos y posibilidades derivados de la aplicación en las
bibliotecas de las nuevas tecnologías de la información; ya sea sobre libros y
lectores electrónicos, aprendizajes virtuales, confección de blogs,
digitalización, sitios web, redes sociales y mil temas más.
¡Qué profesión tan bella!
¡Qué alegría felicitarlos!
Compartimos
este texto de Rafael Acosta de
Arriba en ocasión de celebrarse hoy el #DíaDelBibliotecarioCubano
Antonio
Bachiller y Morales, un fundador
Cualquier persona que alcance el reconocimiento de
fundador de una actividad, tendencia, expresión o entidad en la historia o
cultura de una nación, merece respeto. Ser un precursor exige entrega,
sacrificio, talento, carácter y voluntad poco comunes.
En el caso de Antonio Bachiller y Morales, reconocido
sin discusión como el padre de la bibliografía cubana y una de las grandes
personalidades de nuestra cultura en el siglo XIX, se trata de un hecho
singular, pues se convirtió en un adelantado y un roturador de caminos de una
actividad intelectual en un medio particularmente adverso, la sociedad colonial
cubana decimonónica. Fue tal su impronta y legado, solamente en el campo
bibliográfico, que desde 1950 se adoptó la fecha de su nacimiento, 7 de junio
de 1812, como Día del Bibliotecario Cubano.
Nacer en un hogar con solvencia económica le permitió al
joven Bachiller y Morales cultivar su intelecto y graduarse en los estudios
medios y superiores, en 1837, en Leyes y más tarde en Cánones, y vencer la
Licenciatura en Derecho Canónico, un año después, en la Real Audiencia de
Puerto Príncipe, en la que recibió el título de abogado. A partir de ese
instante, Bachiller y Morales puso todo su esfuerzo e inteligencia en bregar
por la cultura insular en diversos campos del conocimiento en los que trabajó
con tesón. Fue un americanista profundo y en tal propósito estudió a fondo las
culturas precolombinas. Su obra intelectual, docente y práctica trascendió su
tiempo y fue fuente de estímulo para incontables continuadores en escenarios
más proclives a la cultura y las ciencias.
No sería ocioso recordar que, en el mismo año de su
nacimiento, 1812, se promulgó, con la Constitución de Cadiz, la primera
(efímera) libertad de imprenta para Cuba. Un adelanto relativo, pues lo que se
publicó por aquellos años mayoritariamente en la Isla fueron textos políticos
retrógrados y de poca importancia cultural para los cubanos. Tendrían que pasar
ocho años para que se emitiera una segunda libertad de imprenta en Cuba, debida
a la toma del poder en la Península por los liberales. Ahora fue diferente, ya
que hubo publicaciones que contenían defensas a la causa separatista e ideas
americanas emergidas al calor de las batallas emancipadoras en el sur del
continente. Igualmente, no duró mucho ese oasis cultural, pues en 1825 se
establecieron las facultades omnímodas para las colonias y una férrea censura
cubrió las ediciones en los territorios dominados por España. Dentro de ese
páramo tuvo que batallar Bachiller y Morales para comenzar a hacer su obra
cultural.
Bachiller publicó entonces textos sobre agricultura,
leyes y educación, temas que sabía eran muy necesarios para el desarrollo de la
sociedad cubana y materias que estaban ciertamente en pañales. Su intensa
actividad en la Sociedad Económica Amigos del País y de Síndico en el
Ayuntamiento de La Habana le fueron creando espacio y prestigio social. En 1842
participó activamente en la reforma universitaria y poco después fue designado
catedrático de Derecho Natural y de Fundamentos de la Religión en la
Universidad de La Habana. Más tarde ocuparía la cátedra de Filosofía y Derecho
y, en 1862, cuando ya la sociedad insular se abocaba a los prolegómenos de una revolución,
ocupó el decanato de la faculta de Filosofía. En ese tiempo, Bachiller fue un
atento protector y desarrollador de la biblioteca de dicha facultad.
Cuando estalla la revolución cespedista, en 1868, se
vio envuelto en los turbulentos sucesos del Teatro Villanueva y del Café del
Louvre, por lo que se convirtió en sospechoso para las autoridades españolas.
Además, suscribió un documento en el que reclamó una amplia autonomía para Cuba
como solución al conflicto bélico. Esto le granjeó la inmediata repulsa del
Cuerpo de Voluntarios, quienes asaltaron y saquearon su residencia. Tuvo que
emigrar. En la guerra independentista murió uno de sus hijos, el que, herido en
combate, y estando recuperándose en un hospital mambí, fue macheteado
alevosamente por soldados españoles. Fue una terrible noticia para él.
Regresó Bachiller a Cuba después de la conclusión de
la guerra. De inmediato, se entregó de nuevo a su labor de impulsor de la
cultura y las ciencias bibliográficas (que aún no recibían esa dignidad).
Comenzó a relacionarse con lo más granado e ilustre de la cultura de entonces:
Tomás Romay, José Agustín Caballero, Enrique José Varona y finalmente José
Martí. Bachiller fue socio y miembro de prestigiosas entidades científicas cubanas
e internacionales.
De su amplia obra escritural destacan sus Apuntes para la historia de las letras y de
la instrucción pública de la isla de Cuba, publicada en La Habana entre
1859 y 1861, una obra fundacional en cuanto a valorar la incipiente cultura
insular y la que determinó, con total justicia, que se le comenzara a llamar,
póstumamente, como el padre de nuestra bibliografía. En el segundo tomo de ese
libro, apareció el título “Publicaciones Periódicas-Catálogo razonado y
cronológico hasta 1840 inclusive”, que es considerada la primera obra
referencial publicada en el país. En el volumen tercero de sus Apuntes…, bajo el título de “Catálogo de
libros y folletos publicados en Cuba desde la introducción de la imprenta hasta
1840” dio continuidad al anterior aparato bibliográfico. Según nuestra
principal bibliógrafa viva, Araceli García Carranza, “Esta obra fundadora del
erudito Antonio Bachiller y Morales no solo desbordaba su época, sino que es
también auténtica y perdurable, porque trascendió a sus contemporáneos”. Ese
fue el comienzo.
Después, otros bibliógrafos eminentes como Eusebio
Valdés Domínguez, Francisco Jimeno, Domingo del Monte, Manuel Pérez Beato,
Fermín Peraza, Domingo Figarola Caneda, Francisco de Paula Coronado, Juan
Manuel Dihigo y, sobre todo, Carlos Manuel Trelles y Govín, el más
sobresaliente de todos, dieron continuidad y desarrollo a la bibliografía
cubana, hasta ponerla en un sitial de avanzada en el continente y darle la jerarquía
de ciencia.
No quisiera concluir esta sencilla evocación sin
detenerme un instante en el respeto y admiración que sintió José Martí por
Bachiller y Morales, pues le dedicó, en su muerte, un texto que algunos estudiosos
consideran una de sus más hermosas piezas de arte biográfico publicadas por el
Maestro, debido a su evidente inspiración y que sobresale entre todo lo que escribió
Martí en su afán por ponderar vidas ilustres (como se sabe, publicó numerosos
textos de ese tenor). Dijo entonces
sobre Bachiller:
“Americano apasionado, cronista ejemplar, filólogo
experto, arqueólogo famoso, filósofo asiduo, abogado justo, maestro amable,
literato diligente, era orgullo de Cuba Bachiller y Morales y ornato de su
raza”.
Para algunos especialistas en la obra martiana, este
aprovechó sus textos sobre cubanos sobresalientes para deslizar en ellos sus
concepciones sobre el independentismo, la autenticidad cultural americana (y
cubana desde luego) y propiciar y demandar el respeto por nuestras culturas
autóctonas, tema para el cual la vida y obra de Bachiller se prestaba como
ninguna. Martí, de alguna manera, se sintió un seguidor del legado del gran erudito
al dar continuidad a la Galería de Cubanos Ilustres, iniciada por aquel en sus
célebres Apuntes…. Es evidente la
admiración que sintió el Maestro por su figura.
De manera que el Día del Bibliotecario Cubano no puede
tener una fecha más justa para su evocación y conmemoración. A partir de 1959,
con los espacios abiertos por la Revolución en el ámbito de la cultura y el
libro, se crearon las mejores condiciones para desarrollar y continuar al
máximo el trabajo de los precursores. La Biblioteca Nacional José Martí se
convirtió en el epicentro de la potenciación de la bibliografía nacional. Nuevos
bibliógrafos trabajaron en aumentar ese patrimonio cultural. La vida y obra de Antonio
Bachiller y Morales siguió y sigue inspirando la ciencia bibliográfica cubana.
Rafael Acosta de Arriba
La Habana, junio de 2021