martes, 22 de junio de 2021

Noticias - BNCJM - Programa Nacional por la Lectura. Reseña. La hija oscura. Autora: Elena Ferrante


Noticias - BNCJM - Programa Nacional por la Lectura. Reseña. La hija oscura. Autora: Elena Ferrante

Noticias - BNCJM - Programa Nacional por la Lectura. Reseña. Guillermo, ratón de biblioteca de Asun Balzola


Noticias - BNCJM - Programa Nacional por la Lectura. Reseña. Guillermo, ratón de biblioteca de Asun Balzola

 


El 22 de junio de 1862 fallece en La Habana, a los 61 años, el ilustre educador y pedagogo     cubano José de la Luz y Caballero, quien había sido dirigente de la     corriente reformista en la primera mitad del siglo XIX y dejó una     vasta obra: había formulado, entre otros, este pensamiento:

    “Instruir puede cualquiera, educar sólo el que sea un evangelio   vivo”.

Fundó el colegio “El Salvador”, forja de discípulos que     devinieron en grandes patriotas. Había nacido en la propia ciudad el     11 de julio de 1800.

Escribió artículos en las publicaciones de su época, libros de texto, realizó traducciones, y compuso discursos. Su obra más sorprendente fue “Aforismos” notas breves que fue escribiendo durante su vida, datos y observaciones relacionados con todo lo que le llamaba la atención, Pensamientos religiosos, patrióticos, científicos y humanos.

lunes, 7 de junio de 2021

Noticiero Cultural, 7 de junio, Día del Bibliotecario

Noticiero Estelar, 7 de junio de 2021

Noticiero Estelar, 7 de junio, #DíaDelBibliotecario

Panel por el Día del Bibliotecario

Exposición Bibliográfica

 #DíaDelBibliotecarioCubano

Compartimos este bello texto de Víctor Fowler , en ocasión de celebrarse hoy el  #DíaDelBibliotecarioCubano


PARA MIS VIEJOS COLEGAS

 

   Cuando empecé a trabajar en la Biblioteca Nacional José Martí (estoy casi seguro de que fue en enero de 1989), lo viví como la realización de un viejo sueño (¡pasar el día rodeado de libros!), a la vez que un enorme privilegio. En el ámbito íntimo, la biblioteca significaba regresar hasta aquellos días de infancia cuando -llevado por mi padre - visitaba la Sala Juvenil; una experiencia de la que guardaba recuerdos tan claros que recordaba a la perfección el título uno de los libros que entonces leí y que más me impresionó: Las fieras de Kumaón, título que, años después, sería publicado por la Editorial Gente Nueva.

 

   No he utilizado de forma gratuita la palabra “privilegio”. Comencé a trabajar en el Departamento de Información para la Cultura y las Artes que, por aquellos años, era un lugar único dentro del universo de las instituciones de información del país; de allí pasé al Departamento Metodológico (en el cual era el de menos edad y el más consentido por mis superiores) y terminé en lo que, desde siempre, estaba concebido como mi ubicación definitiva: el cargo de “especialista” dentro del Programa Nacional para el Desarrollo de la Lectura o Programa Nacional de la Lectura (PNL), como le llamábamos.

 

   Nunca voy a poder terminar de agradecer, a todos mis antiguos compañeros, todo cuanto aprendí de ellos en los años que compartimos en la institución; desde los trabajadores encargados de entregar y organizar los libros en los diferentes pisos que contienen los fondos de la biblioteca, hasta los más relevantes investigadores y especialistas. Todos tenían algo que enseñar(me). Mientras más intercambiábamos, más vida cobraba la institución, más visibles se hacían los vínculos entre las diferentes áreas, más evidentes las potencialidades que todavía podían ser explotadas de mayor grado, más lógico el conjunto. Puedo decir, apelando a la imaginación, que la biblioteca respiraba dentro de las paredes que la delimitaban, pero también que había tanto conocimiento allí que se desbordaba y derramaba hacia la comunidad y el mundo. Los estantes no sólo recibían obras del mundo entero, sino que los bibliotecarios las procesaban, conectaban, elegían y llevaban consigo hasta escuelas, centros laborales, hospitales, prisiones, zonas intrincadas en la montaña e incluso zonas de pesca.

 

   Esta épica extraordinaria, el esfuerzo y entrega de los bibliotecarios cubanos para realizar ese “trabajo de extensión” -gracias al cual el libro abandona el espacio de la institución y la garantía de los lectores que van hasta el lugar- que es una de esas tantas hazañas que -por ser tan cotidianas- parecen naturales o normales. Allí aprendí a respetar, admirar y querer a quienes eran entonces figuras míticas en la promoción de la lectura dentro del sistema de bibliotecas públicas; mis jefas, Sarah Escobar y Luisa Pedroso, Orlando Díaz Lorenzo en Matanzas, José Díaz Roque en Cienfuegos, Rebeca en Bayamo, Montoya, “Puppi” en Pinar del Río, Marta Wong en la antigua provincia Habana, Emilio Setién como gran organizador. Los escuchaba, los oía contar, aprendí a entrelazar pasado y presente, ciudades y espacios rurales, institución y comunidad.

 

   Durante los años en los que trabajé en la Biblioteca Nacional me tocó hacer el diseño de una investigación nacional sobre hábitos de lectura (para ser aplicada en toda la red de bibliotecas públicas en el país), de un diplomado sobre promoción de la lectura y escribí una suerte de manual que ahora mismo reviso y actualizo para publicarlo. Más allá de lecturas o presentaciones de libros, organicé como promotor ciclos de conferencias sobre arte y encuentros con científicos, exposiciones de artes plásticas o conciertos de trovadores y muchos otros tipos de “actividades” porque  promover la lectura se traducía en llevar hasta los públicos lo mejor de la cultura y estimularlos, desde ese momento de alegría, a adentrarse en el mundo del libro. Pero nada fue tan especial como el pasar par de semanas en un campamento, movilizado para labores agrícolas, en compañía de dos colegas bibliotecarias (Martha Wong y Mabel, cuyo apellido olvidé); aunque se suponía que estábamos allí para hacer, en las noches, “actividades” de promoción de la lectura (como parte de la “recreación” de los que sí trabajaban la tierra) al conocer cuáles serían nuestras condiciones sentimos tanta vergüenza que insistimos en ir al campo, cumplir “la norma” y sólo entonces convocar, hablar de libros, presentarlos, leer poemas.

 

  Además de que recuerdo todo lo anterior con cariño enorme, en esa Biblioteca Nacional conocí a la que aún es mi esposa (madre de dos de mis hijos) y que hasta hoy ha permanecido en la profesión. Esto quiere decir que las conversaciones sobre temas bibliotecarios en casa han sido parte de las dinámicas cotidianas durante más de treinta años. Lo mismo cuestiones de intrincada especialización que disquisiciones sobre impactos y posibilidades derivados de la aplicación en las bibliotecas de las nuevas tecnologías de la información; ya sea sobre libros y lectores electrónicos, aprendizajes virtuales, confección de blogs, digitalización, sitios web, redes sociales y mil temas más.

 

¡Qué profesión tan bella!

 

¡Qué alegría felicitarlos!

 

  

 #DíaDelBibliotecarioCubano

     Compartimos este texto de Rafael Acosta de Arriba en ocasión de celebrarse hoy el  #DíaDelBibliotecarioCubano

 Antonio Bachiller y Morales, un fundador

 

Cualquier persona que alcance el reconocimiento de fundador de una actividad, tendencia, expresión o entidad en la historia o cultura de una nación, merece respeto. Ser un precursor exige entrega, sacrificio, talento, carácter y voluntad poco comunes.

En el caso de Antonio Bachiller y Morales, reconocido sin discusión como el padre de la bibliografía cubana y una de las grandes personalidades de nuestra cultura en el siglo XIX, se trata de un hecho singular, pues se convirtió en un adelantado y un roturador de caminos de una actividad intelectual en un medio particularmente adverso, la sociedad colonial cubana decimonónica. Fue tal su impronta y legado, solamente en el campo bibliográfico, que desde 1950 se adoptó la fecha de su nacimiento, 7 de junio de 1812, como Día del Bibliotecario Cubano.

Nacer en un hogar con solvencia económica le permitió al joven Bachiller y Morales cultivar su intelecto y graduarse en los estudios medios y superiores, en 1837, en Leyes y más tarde en Cánones, y vencer la Licenciatura en Derecho Canónico, un año después, en la Real Audiencia de Puerto Príncipe, en la que recibió el título de abogado. A partir de ese instante, Bachiller y Morales puso todo su esfuerzo e inteligencia en bregar por la cultura insular en diversos campos del conocimiento en los que trabajó con tesón. Fue un americanista profundo y en tal propósito estudió a fondo las culturas precolombinas. Su obra intelectual, docente y práctica trascendió su tiempo y fue fuente de estímulo para incontables continuadores en escenarios más proclives a la cultura y las ciencias.

No sería ocioso recordar que, en el mismo año de su nacimiento, 1812, se promulgó, con la Constitución de Cadiz, la primera (efímera) libertad de imprenta para Cuba. Un adelanto relativo, pues lo que se publicó por aquellos años mayoritariamente en la Isla fueron textos políticos retrógrados y de poca importancia cultural para los cubanos. Tendrían que pasar ocho años para que se emitiera una segunda libertad de imprenta en Cuba, debida a la toma del poder en la Península por los liberales. Ahora fue diferente, ya que hubo publicaciones que contenían defensas a la causa separatista e ideas americanas emergidas al calor de las batallas emancipadoras en el sur del continente. Igualmente, no duró mucho ese oasis cultural, pues en 1825 se establecieron las facultades omnímodas para las colonias y una férrea censura cubrió las ediciones en los territorios dominados por España. Dentro de ese páramo tuvo que batallar Bachiller y Morales para comenzar a hacer su obra cultural.

Bachiller publicó entonces textos sobre agricultura, leyes y educación, temas que sabía eran muy necesarios para el desarrollo de la sociedad cubana y materias que estaban ciertamente en pañales. Su intensa actividad en la Sociedad Económica Amigos del País y de Síndico en el Ayuntamiento de La Habana le fueron creando espacio y prestigio social. En 1842 participó activamente en la reforma universitaria y poco después fue designado catedrático de Derecho Natural y de Fundamentos de la Religión en la Universidad de La Habana. Más tarde ocuparía la cátedra de Filosofía y Derecho y, en 1862, cuando ya la sociedad insular se abocaba a los prolegómenos de una revolución, ocupó el decanato de la faculta de Filosofía. En ese tiempo, Bachiller fue un atento protector y desarrollador de la biblioteca de dicha facultad.

Cuando estalla la revolución cespedista, en 1868, se vio envuelto en los turbulentos sucesos del Teatro Villanueva y del Café del Louvre, por lo que se convirtió en sospechoso para las autoridades españolas. Además, suscribió un documento en el que reclamó una amplia autonomía para Cuba como solución al conflicto bélico. Esto le granjeó la inmediata repulsa del Cuerpo de Voluntarios, quienes asaltaron y saquearon su residencia. Tuvo que emigrar. En la guerra independentista murió uno de sus hijos, el que, herido en combate, y estando recuperándose en un hospital mambí, fue macheteado alevosamente por soldados españoles. Fue una terrible noticia para él.

Regresó Bachiller a Cuba después de la conclusión de la guerra. De inmediato, se entregó de nuevo a su labor de impulsor de la cultura y las ciencias bibliográficas (que aún no recibían esa dignidad). Comenzó a relacionarse con lo más granado e ilustre de la cultura de entonces: Tomás Romay, José Agustín Caballero, Enrique José Varona y finalmente José Martí. Bachiller fue socio y miembro de prestigiosas entidades científicas cubanas e internacionales.

De su amplia obra escritural destacan sus Apuntes para la historia de las letras y de la instrucción pública de la isla de Cuba, publicada en La Habana entre 1859 y 1861, una obra fundacional en cuanto a valorar la incipiente cultura insular y la que determinó, con total justicia, que se le comenzara a llamar, póstumamente, como el padre de nuestra bibliografía. En el segundo tomo de ese libro, apareció el título “Publicaciones Periódicas-Catálogo razonado y cronológico hasta 1840 inclusive”, que es considerada la primera obra referencial publicada en el país. En el volumen tercero de sus Apuntes…, bajo el título de “Catálogo de libros y folletos publicados en Cuba desde la introducción de la imprenta hasta 1840” dio continuidad al anterior aparato bibliográfico. Según nuestra principal bibliógrafa viva, Araceli García Carranza, “Esta obra fundadora del erudito Antonio Bachiller y Morales no solo desbordaba su época, sino que es también auténtica y perdurable, porque trascendió a sus contemporáneos”. Ese fue el comienzo.

Después, otros bibliógrafos eminentes como Eusebio Valdés Domínguez, Francisco Jimeno, Domingo del Monte, Manuel Pérez Beato, Fermín Peraza, Domingo Figarola Caneda, Francisco de Paula Coronado, Juan Manuel Dihigo y, sobre todo, Carlos Manuel Trelles y Govín, el más sobresaliente de todos, dieron continuidad y desarrollo a la bibliografía cubana, hasta ponerla en un sitial de avanzada en el continente y darle la jerarquía de ciencia.

No quisiera concluir esta sencilla evocación sin detenerme un instante en el respeto y admiración que sintió José Martí por Bachiller y Morales, pues le dedicó, en su muerte, un texto que algunos estudiosos consideran una de sus más hermosas piezas de arte biográfico publicadas por el Maestro, debido a su evidente inspiración y que sobresale entre todo lo que escribió Martí en su afán por ponderar vidas ilustres (como se sabe, publicó numerosos textos de ese tenor).  Dijo entonces sobre Bachiller:

“Americano apasionado, cronista ejemplar, filólogo experto, arqueólogo famoso, filósofo asiduo, abogado justo, maestro amable, literato diligente, era orgullo de Cuba Bachiller y Morales y ornato de su raza”.

Para algunos especialistas en la obra martiana, este aprovechó sus textos sobre cubanos sobresalientes para deslizar en ellos sus concepciones sobre el independentismo, la autenticidad cultural americana (y cubana desde luego) y propiciar y demandar el respeto por nuestras culturas autóctonas, tema para el cual la vida y obra de Bachiller se prestaba como ninguna. Martí, de alguna manera, se sintió un seguidor del legado del gran erudito al dar continuidad a la Galería de Cubanos Ilustres, iniciada por aquel en sus célebres Apuntes…. Es evidente la admiración que sintió el Maestro por su figura.

De manera que el Día del Bibliotecario Cubano no puede tener una fecha más justa para su evocación y conmemoración. A partir de 1959, con los espacios abiertos por la Revolución en el ámbito de la cultura y el libro, se crearon las mejores condiciones para desarrollar y continuar al máximo el trabajo de los precursores. La Biblioteca Nacional José Martí se convirtió en el epicentro de la potenciación de la bibliografía nacional. Nuevos bibliógrafos trabajaron en aumentar ese patrimonio cultural. La vida y obra de Antonio Bachiller y Morales siguió y sigue inspirando la ciencia bibliográfica cubana.

 

Rafael Acosta de Arriba

La Habana, junio de 2021

 



miércoles, 2 de junio de 2021

Mónica Ramos Pérez

Lizue Martínez Rodríguez

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Lic. Maydelin Elena Ordaz - Téc. Danelys Señor - Biblioteca Pública Prov...

YUDIEL CHALA FARIÑA Dirección de Patrimonio Documental. Oficina del Hist...

MSc. Rosalba Quiala Menéndez (Mayarí - Holguín)

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MsC. Liudmila Leyva Aguilera - Biblioteca Provincial "Alex Urquiola” de ...

MSc. Bertha María Anido Véliz - Biblioteca Municipal “Enrique Hart Dával...

Lic. Olga Vega García. Investigadora auxiliar. Biblioteca Nacional de Cu...

MSc. Marianela J. Rabell, M.Sc. Ernesto Galbán, MSc. Anabel La O, ATD: Y...

MSc. Manuel Alejandro Romero. Profesor de la Facultad de Comunicación (F...

Lic Omar Valiño Cedré Director de la Biblioteca Nacional de Cuba José ...